ante una colección de botellas vacías y una colección de botellas llenas.
-Bebo- respondió el bebedor con aire lúgubre.
-¿Por qué bebes?- preguntóle el principito.
- Para olvidar- respondió el bebedor.
- ¿Para olvidar qué?- inquirió el principito, que ya le compadecía.
- Para olvidar que tengo verguenza- confesó el bebedor bajando la cabeza.
- ¿Verguenza de qué?- averiguó el principito, que deseaba socorrerle.
- !Verguenza de beber!- terminó el bebedor, que se encerró definitivamente
en el silencio.
El principito
Antoine de Saint-Exupéry
La respuesta no es fácil, debido a que en la cuestión aparecen de inmediato algunos conceptos erróneos, muchos prejuicios y bastante falta de conocimiento. Alrededor del tema, por otra parte, se mueven no pocos intereses familiares e incluso sociales, y la negación del hecho no existe sólo por parte de su protagonista: a veces los parientes se niegan a reconocer que tienen en la familia a un “vicioso.”
La actitud general ante el problema oscila entre una crítica despiadada y una comprensión benevolente: o bien los borrachos son degenerados que deberían estar en la cárcel o el manicomio, o bien son cómicos, en realidad no le hacen daño a nadie y lo mejor es no darles tanta importancia. Ambas actitudes soslayan el núcleo del problema.
Es indispensable definir y enfocar el tema en forma apropiada.. Porque no todos los que beben en exceso son alcohólicos, e incluso hay muy diversas formas de alcoholismo y tipos de alcohólicos. Antes de ensayar un marco referencial, conviene arriesgar una idea que parece confirmarse en los hechos: alcohólicos son aquellos que beben con culpa, generalmente inconsciente. Suelen dar explicaciones: según ellos beben para mitigar el excesivo calor o el frío, o para calmarse luego de un supuesto disgusto que acaban de tener, o para aplacar su sed. Difícilmente admitan que beben porque les gusta, y explican allí donde nadie les pide que expliquen nada. Aparentemente la culpa no los deja beber en paz.
Fuente: Fundación Manantiales
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